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La vida sin conexión: relatos cotidianos y una lectura desde la comunicación

Una jubilada, un adolescente, una docente rural y una investigadora retratan desde diferentes ángulos lo que implica estar fuera del mundo digital, aunque sea por un día.


Imagen creada con inteligencia artificial (IA)

Estar un día sin celular, sin internet ni mensajería instantánea implica mucho más que apagar una pantalla. Según la investigadora, docente y especialista en comunicación digital, Natalia Ferrante, es interrumpir los vínculos cotidianos que hoy se sostienen desde la digitalidad, en un contexto donde la tecnología interviene en el acceso a la vida social, cultural y educativa y la desconexión adquiere significados distintos según la edad, las posibilidades de acceso y las condiciones de vida de cada persona.


No es solamente un día sin mirar YouTube o un día sin trabajar. Es un día sin poder establecer los vínculos sociales con los que nos relacionamos cotidianamente. Hoy uno se vincula con el entorno, con el mundo que lo rodea desde la digitalidad. Es decir, con el aparato del celular es como que uno accede a la vida. Hoy creo que el celular es un espacio de mediación con el mundo”, opina.


En tal sentido, Ferrante señala que “Las grandes transformaciones que se dieron con la cultura digital son el estatuto del tiempo y del espacio. Aquello que te parece que lo podés hacer muy rápido, porque mandás tres mensajes y lo resolviste, sin ese acceso no lo podés hacer”. 


La docente también analiza quiénes serían las personas más afectadas en un día sin comunicación digital: los jóvenes. Ferrante argumenta que, sobre todo, los adolescentes mantienen un “vínculo casi de supervivencia” con la tecnología, puesto que construyen sus círculos sociales en torno a ella, y en un día sin conectividad sentirían que “están perdiendo parte de su vida, de su cotidianidad”.


La desconexión según un adolescente

Valentín (14) recientemente descubrió lo que se sentía un día sin conectividad, porque estuvo en la localidad de Espartillar, en la casa de su abuelo, a 500km de La Plata, dónde la señal no llega correctamente. Dice que la ansiedad inicial se terminó transformando en risas con su hermana, y que fue algo “bonito”.


El joven reflexiona que al no estar pendiente de una pantalla, pudo darse cuenta de que extrañaba cosas como salir al aire libre. “Jugué a la pelota, salí a andar en bici, practiqué andar con una mano”, cuenta Valentin alegremente.


El adolescente pudo sacar una conclusión de la experiencia vivida. “Usamos el teléfono más de lo que necesitamos. Las aplicaciones de hoy en día se encargan de atraparte y hacer que las veas más tiempo de lo esperado”, advierte el joven platense que asegura que le gustaría repetir la experiencia de un día sin celular, al menos dos veces por semana. 


Aunque un día sin conectividad puede parecer un escenario catastrófico e incluso alejado del contexto actual, es la realidad cotidiana de muchas personas que viven sin acceso a estas tecnologías. La brecha digital, según Ferrante, ya no se trata tanto de quienes pueden acceder a la digitalidad, sino que también tiene que ver “Con el saber y las posibilidades que da ese dispositivo”.


Cuando la desconexión no es una elección

En la Escuela Rural N°57, en las afueras de la ciudad de La Plata, el viento mueve cortinas desteñidas sobre cajas polvorientas selladas. "Kits de robótica del programa Conectar Igualdad. Nunca se usaron", señala su vicedirectora Claudia Falcetta quien explica que no cuentan con docentes capacitados en la materia para enseñarle a los chicos. Un mapa demográfico se traza solo: 20 km separan este aula del casco urbano, pero son años en conectividad. Acá, el "día sin tecnología" no es ejercicio filosófico sino realidad crónica: computadoras obsoletas, profesores sin capacitación en IA, niños que "crecen sin contacto fluido con internet", según cuenta Falcetta.




Retomando los dichos de Ferrante, la investigadora observa también que quienes tendrían menos problemas para adaptarse a un día sin comunicación digital, serían las personas de la tercera edad, puesto que estas “tienen un nivel de dependencia mucho menor”.

El mundo sin apps también existe

Ana María Acuña, ama de casa jubilada de 80 años, vive en Berisso, en el barrio de Villa Nueva junto a uno de sus seis hijos. Se levanta a las ocho de la mañana, desayuna unos mates y organiza su día entre alguna que otra tarea doméstica, una visita a su familia y la compañía permanente del televisor. No tiene celular, nunca tuvo y no le interesa. “Más que nada por miedo a apretar un dedo que no debo y hacer lío”, explica Ana María con un poco de humor. 


Estas cuatro voces convergen en un diagnóstico fracturado: para Valentín, desconectarse fue privilegio electivo; para la vicedirectora en Colonia Urquiza, exclusión sistémica; para Ferrante, transformación cultural urgente; para Ana María, supervivencia delegada. 


Las experiencias relatadas reflejan lo planteado por el investigador Carlos Scolari, quien sostiene en su trabajo (Hipermediaciones. Elementos para una teoría de la comunicación digital interactiva), que “la digitalidad ya no es solo una herramienta, sino una red que moldea vínculos, cultura y formas de presencia”. 


Por su parte, el investigador Byung-Chul Han en su texto “En el enjambre”, señala que “hoy ya no somos meros receptores y consumidores pasivos de informaciones, sino emisores y productores activos. Cada uno quiere estar presente él mismo, y presentar su opinión sin ningún intermediario”.



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